azores
La Era Antigua (hace 600,000 Onars):
En una era olvidada por la mayoría, donde las leyendas y la historia se entrelazan en el tapiz del tiempo, la tierra de Lumtaria era un vasto continente inexplorado que se extendía bajo un cielo aún no surcado por los Azores.
Pero la historia de los azores y las demás trazas comienza al sur de Nannar, el continente olvidado, en un lugar donde las tierras estaban bañadas por la luz dorada del sol poniente, fronterizas con el misterioso reino de Haddad, de donde los ancestros de los Azores habían migrado tiempo atrás.
Hanor y Hano, junto con sus esposas Lenia y Hena, vivían en armonía con la naturaleza, en un mundo donde la magia era tan real como la tierra bajo sus pies. Sus vidas estaban profundamente conectadas con la tierra y sus espíritus, con las energías ancestrales de Haddad, un lugar que sus ancestros veneraban como cuna de su civilización. Muchas de estas creencias todavía se mantienen en algunas razas, como los amras y los nakars.
Según las historias contadas en las crónicas de los azores, un día en que Lenia se bañaba en un río cristalino, encontró a Majak, la diosa de los amaneceres. La deidad celestial, en un acto de gracia, sumergió sus cabellos en las aguas, impregnándolas con la tonalidad del alba. Fue en este río sagrado donde Lenia concibió con Hanor tres hijos: Azor, Nakar y Amra, bajo la mirada benevolente de la diosa. Cada uno de ellos con un color distinto; Azor nació de color azul.
Cuando los niños fueron presentados ante Majak, ella les otorgó dones que definirían el destino de sus razas. Azor recibió el regalo de las alas, marcando el inicio de los Azores como seres del cielo. Verker, el hermano de Azor, fue bendecido con la habilidad de surcar las profundidades oceánicas, forjando así el camino de los Verkers marinos.
Hanor y Hano, en su devoción por la iluminación espiritual, erigieron dos templos para la adoración de la luz interior que residía en cada ser. Enseñaron a sus hijos a comunicarse con esta luz divina y, en respuesta, la luz les reveló secretos del universo, hablando a través de ellos.
Con el tiempo, Hanor y Hano fueron consumidos por la luz que tanto veneraban, dejando a sus hijos a cargo de los templos y del legado espiritual que habían construido. Su desaparición marcó el fin de una era y el comienzo de otra.
Tras la partida de Hanor y Hano, Lenia y Hena guiaron a sus hijos lejos de los templos, temiendo que la luz que los había consumido pudiera corromper a las jóvenes generaciones. En su lugar, se volcaron hacia los ritos que honraban los cabellos de Majak, creyendo que era esta esencia divina la que había dado vida a sus hijos. Este acto, aunque bienintencionado, sembró las semillas de la discordia, separando a los hermanos y dando origen a rivalidades que perdurarían a través de los milenios.
Los Primeros Conflictos:
Esta era antigua estableció las bases de la historia de Azor y su herencia espiritual, que resonarían en su identidad y sus luchas por generaciones venideras.
Desde aquellos días ancestrales, los hijos de Hanor y Hano, ahora pueblos divididos, se encontraron atrapados en un ciclo perpetuo de conflictos y luchas por la supremacía y la identidad.
La Expansión hacia el Norte:
A medida que las generaciones de los hijos de Hanor y Lenia crecían, Azor, portador del don de las alas, sentía el llamado del norte de Nannar. Guiado por el deseo de explorar y expandir su linaje, se aventuró con su familia y seguidores más allá de las tierras conocidas. Estos primeros Azores, con la capacidad innata de volar, aprovecharon su don para viajar grandes distancias, buscando un hogar que resonara con la libertad que sus alas les proporcionaban.
Los Azores se caracterizaban por su estrecha unidad y lealtad a la tribu. Establecieron clanes fuertes y cohesionados que rara vez se disolvían o aventuraban lejos del grupo. La habilidad de volar no solo era una ventaja práctica, sino que también fomentaba un fuerte sentido de comunidad y pertenencia. Este sentido de unidad permitía a los clanes moverse juntos como una sola entidad, asegurando que los lazos familiares y las tradiciones se mantuvieran firmes con el paso de los onars.
Los desplazamientos de los Azores no pasaron desapercibidos para las otras razas de Lumtaria. Los Verkers, que habían comenzado a explorar los mares al suroeste de Nahhar y las fronteras de Ishkur, observaban con curiosidad cómo estos seres alados conquistaban los cielos. Su propia adaptación al agua salada reflejaba la diversidad de evolución que Lumtaria fomentaba.
Con el tiempo, los azores se vieron en la necesidad de expandirse aún más. Los no alados de la tribu, aquellos sin la capacidad de volar, fueron llevados en un éxodo hacia una isla al este de Vahhar. Este viaje marcó el comienzo de una nueva era de exploración y asentamiento.
La isla se convirtió en un trampolín que propulsó a la tribu Azor hacia las costas del vasto continente de Gorn, en Acca. Al llegar, los Azores descubrieron un mundo rebosante de recursos y posibilidades, desplazándose por Ishtar y, con el tiempo, expandiendo su presencia hasta Gongenbert. Esto les permitió establecer un punto de apoyo en el continente y acceder a nuevas tierras ricas y fértiles para su asentamiento.
Los Hijos Perdidos
Conforme los Azores se dispersaron, no todas las ramificaciones de su linaje lograron preservar la cohesión que caracterizaba a su tribu ancestral. La migración hacia Gorn y las islas de Ikaraan representó no solo un viaje físico, sino también el inicio de una profunda división cultural y social.
Con el tiempo, algunos clanes Azores, enfrentados a conflictos internos y diferencias ideológicas con los clanes dominantes alados, decidieron quedarse en las islas de Ikaraan. Estos clanes, determinados a forjar su propio destino lejos de la influencia de los alados, se separaron definitivamente. Esta división marcó un silencioso pero poderoso cisma.
Los descendientes de estos clanes son conocidos en las leyendas como "los hijos perdidos de los Azores". Poco se sabe de ellos, pues se adentraron en las espesuras de las selvas de Ikaraan, alejándose de la civilización y el registro histórico.
Los Indekos, nómadas del mar y grandes exploradores, fueron testigos de esta olvidada rama de los Azores. En sus diarios, documentaron avistamientos esporádicos de Azores en estado salvaje, vestidos solo con taparrabos y viviendo libres en la jungla. Estas observaciones, aunque escasas y sin confirmar, añadieron misterio y fascinación hacia los hijos perdidos que eligieron un camino distinto al de sus hermanos alados.
Los avistamientos por los Indekos sugieren que, a pesar de su separación, los hijos perdidos conservaron elementos de su identidad ancestral. Su adaptación a la vida selvática podría haberles permitido desarrollar habilidades y tradiciones únicas, sobreviviendo y prosperando lejos de la influencia de la sociedad azor más estructurada.
En la gran narrativa de los Azores, los hijos perdidos de Ikaraan representan un capítulo enigmático y sin resolver, evidencia de una herencia que se dispersó en direcciones inesperadas, forjando un legado diverso que desafía una comprensión total. Mientras los Azores alados se elevaban hacia el cielo y construían sus ciudades flotantes, estos descendientes abrazaron la tierra y el pulso salvaje de Lumtaria, dando origen a la leyenda de los hermanos Khanamor, en la cual el segundo hermano escogió el bosque y se perdió para siempre.
A medida que crecían y se dispersaban por el continente, sus historias se entrelazaban con las de bestias legendarias como el Zala alado y el Fierogris de los pantanos, convirtiéndose en parte integral de su mitología y narrativa cultural.
La Era de los Primeros Tiempos (600,000 Onars):
La migración de los Azores hacia el oeste, más allá de Shamash, inauguró una nueva era de expansión y encuentros entre distintas razas de Lumtaria. A medida que se aventuraban hacia Gorn, otras razas también empezaron a explorar y reclamar estas tierras. Este movimiento masivo anticipó las tensiones y conflictos que surgirían más adelante.
Los Verkers, expertos en la vida marítima, iniciaron expediciones hacia Gorn en busca de recursos. Su llegada no representó inicialmente un problema debido a la vastedad del territorio. Sin embargo, conforme se adentraban en el interior, cerca de los dominios Azores, los enfrentamientos se volvieron inevitables.
Los Azores, con un fuerte sentido de soberanía y un creciente apego al territorio, percibieron la intrusión de los Verkers como una amenaza directa a su autonomía, desencadenando guerras que se prolongaron por incontables onars, en una lucha por el control de las ricas tierras de Gorn y sus recursos.
Por otro lado, los Rojils, originalmente asentados en los desiertos al norte de Ishtar, fueron empujados hacia los pantanos al norte de Shamash. Este cambio forzoso en su hábitat desató su hostilidad, colocándolos en un curso de colisión con los Azores, derivando en conflictos por la tierra y la supervivencia.
A diferencia de estos, los Indekos no representaron un conflicto significativo para los Azores. Prefiriendo los desiertos de Acca, optaron por mantenerse al margen, evitando confrontaciones y eligiendo un camino de aislamiento y autosuficiencia.
Con los Nakars, gigantes de las montañas, los Azores experimentaron períodos de tensión que ocasionalmente derivaban en batallas por el control territorial. A pesar de estos enfrentamientos esporádicos, las hostilidades se atenuaron con la aparición de los Kanamatianos, cuya influencia comenzó a equilibrar las dinámicas de poder en Gorn.
La llegada de los Kanamatianos, con su avanzada cultura y tecnología, introdujo un nuevo elemento en el panorama político de Lumtaria. Su presencia prometía un orden más estructurado y, posiblemente, una era de paz que podría acabar con las interminables guerras entre las razas.
Los antiguos Azores veneraban un panteón de divinidades terrenales y celestiales, entre las cuales Gongenbert emergía como una deidad suprema, señor de la naturaleza, cuya esencia resonaba con el mundo natural. Creían en su presencia tan palpable como el viento entre los árboles o el murmullo de los ríos.
De todos los rituales ancestrales del Reino de los Azores, ninguno era más relevante que la Ceremonia de Purificación. Instituida por los primeros sacerdotes, esta ceremonia simbolizaba la purificación de los hermanos Hanor y Hano, consumidos por la luz, y se realizaba únicamente en honor a reyes, sacerdotes y altos dignatarios.
Algunos maestros sostienen que la Ceremonia de la Purificación es una versión primitiva y simbólica de la Ceremonia de Integración, momento en que cada lumtariano se une a su luz interior.
En las praderas de Gongenbert, el pueblo Azor erigió la antigua ciudad de Heker, en homenaje a su deidad, utilizando los restos de un colosal monumento dedicado a Gongenbert. Construida con piedras de las canteras sagradas de Khanan, esta estructura simbolizaba la conexión espiritual de los primeros Azores con la tierra y los ciclos vitales.
Los Bosques de Gongenbert, extendiéndose desde las ruinas de Heker hacia el norte, cubrían la tierra con un manto verde que evocaba el nombre de la deidad. Conocidos por su exuberancia y como hogar de innumerables criaturas y esencias naturales, constituían un santuario vivo, recordatorio de la herencia terrenal de los Azores.
Las ruinas de Heker testimoniaban la era en que los Azores estaban firmemente unidos a la tierra, antes de que ascendieran a los cielos. Los montículos de piedra blanca, dispuestos en patrones sagrados a lo largo de lo que alguna vez fueron estructuras abiertas, narraban una época de simplicidad y comunión con los elementos.
Los círculos concéntricos de piedra dentro de los montículos no eran meros adornos; fungían como altares sagrados donde los primitivos Azores rendían tributo a Gongenbert y a las fuerzas naturales. Estos templos, corazón de Heker, eran lugares de peregrinación donde se efectuaban rituales para asegurar las bendiciones de las cosechas, la caza y la armonía con la naturaleza.
Aun 400,000 onars después, algunas de estas estructuras permanecían en pie, desafiando el tiempo. Estas reliquias, más que meros vestigios, simbolizaban la perdurabilidad de la cultura Azor y su eterna devoción a la deidad que les enseñó a coexistir en armonía con la naturaleza.
La irrupción de los hijos de los dioses en Lumtaria marcó un punto de inflexión en la historia de sus razas. Con la fundación de Kanamatia, la ciudad sagrada, se erigió un faro de conocimiento con la promesa de elevar a todas las razas hacia un futuro próspero. Sin embargo, esto no fue suficiente para extinguir las llamas de los conflictos que asolaban la tierra, aunque sí las mitigó con el tiempo.
En esta era de turbulencias, los Azores sufrieron una amarga derrota. Su primera ciudad, Heker, símbolo de su antigua historia y herencia espiritual, cayó ante los Verkers en un enfrentamiento catastrófico. La pérdida de Heker significó no solo un golpe físico; representó una fractura en el alma de los Azores, obligándolos a migrar aún más al oeste en busca de un nuevo comienzo.
Las Ciudades Flotantes
Desde las cenizas del desastre, emergió una figura destinada a cambiar el destino de los Azores: Lohan. Este líder carismático se convirtió rápidamente en el pilar de la unidad azor, trascendiendo su rol inicial para coronarse como el primer rey de los Azores. Su visión y liderazgo unificaron los dispersos clanes alados.
Con sus alas extendidas hacia el cielo, Lohan guió a su pueblo hacia los primeros asentamientos en las islas flotantes. Su reinado se caracterizó por épicas batallas contra los dorados Alkebaran, seres míticos guardianes de las islas. La contienda, larga y ardua, se extendió por incontables onars.
La victoria sobre los Alkebaran dorados marcó un antes y un después. Con la disipación de la bruma y la oscuridad, las islas flotantes revelaron su esplendor, convirtiéndose en el nuevo hogar de los Azores. Lohan, con su sabiduría, decidió honrar los restos de los guardianes caídos. De sus huesos, construyó el Gran Palacio y los Jardines Colgantes, monumentos no solo a la victoria, sino también al precio de la paz.
Bajo el mandato de Lohan, Elisandría se erigió como la capital de los Azores y símbolo de su resiliencia y capacidad de superación. La fundación de Elisandría y las batallas de Lohan se narrarían a través de generaciones como la epopeya de un pueblo que, enfrentando guerras y pérdidas, logró elevarse, tanto literal como metafóricamente.
En Elisandría, la joya del cielo, los Azores alcanzaron su apogeo, estableciendo poderosas ciudades flotantes, emblemas de su cultura y poder. Esta ciudad, la más grandiosa, se erigió como testamento de la ingeniosidad azor, floreciendo como epicentro del conocimiento, la cultura y el poder en Lumtaria por más de trescientos milenios.
Los Héroes Legendarios
Con el paso de los onars, Elisandría no solo acumuló sabiduría, sino también relatos de aquellos que forjaron su historia con valor y destreza.
Igeshan, reconocido como un gran estratega y sabio, dejó un legado de erudición que se integró en los cimientos de la sociedad azor. Apirbate, distinguido por su habilidad diplomática, navegó por las complejas aguas de la política para forjar alianzas que sostuvieron la paz en momentos críticos.
Entre estos titanes, Ifarlanda se destaca con especial reverencia. Como fiel servidora del rey Alanfar, su maestría en el arte de la guerra y sus hazañas se convirtieron en inspiración para futuras generaciones.
Ur-Nong y Ur-Nung, gemelos cuyas vidas se entrelazaron con los destinos de los Alados del Atardecer, un grupo élite de Azores conocido por sus hazañas al final de las grandes guerras, dejaron una huella imborrable en la memoria colectiva. Sus victorias y sacrificios se convirtieron en epopeyas que requerirían un relato detallado para hacerles justicia.
Estos héroes y sus historias cimentaron la grandeza de Elisandría. Sus calles, plazas y salones resonaban con ecos de un pasado heroico, recordando la valentía y sabiduría que definieron a su gente. Los anales de Elisandría, más que meros registros, eran la esencia de un pueblo que alcanzó alturas inimaginables, en el dominio de los cielos y en la construcción de un legado cultural y espiritual profundo.
Antes de su declive, Elisandría era la ciudad más prominente y avanzada, solo superada por Kanamatia, la ciudad Sagrada. Representaba un símbolo viviente de los logros de los Azores, testimonio de la resiliencia de un imperio que, a pesar de los vaivenes de la historia y los desafíos bélicos, se mantuvo como pilar de civilización y progreso en Lumtaria. Esta ciudad flotante, que mantenía su mirada en el cielo pero olvidaba sus raíces en la tierra, encontró en este y otros motivos las causas de su caída.